Esperando la llamada  

En esta sección damos la palabra al propio autor

Sobre la obra Esperando la llamada, al no haber sido representada, hemos decidido transcribir la autocrítica que el propio autor escribió cuando la obra se hizo pública a través de una lectura en el Ateneo de Santander en 1959.

 

Autocrítica del autor

La más desagradable de las situaciones es la de tener que decir públicamente una opinión sobre uno mismo. En estos casos el autor suele cubrirse con los velos de una humildad que suena tanto más a falsa cuanto que suele estar escrita de tal modo que se percibe bien a las claras la intención de que el lector piense a través de su lectura aquello de: “Al revés te lo digo....“.

Yo, por mi parte, aún a riesgo de hundirme en otros que no sé, no pienso, desde luego, caer en este riesgo conocido. Me gusta llamar pan al pan y vino al vino.

Comprendo que es absurdo pretender haber hallado una madurez a los veinticuatro años. Hace dos, con la obtención sucesiva y rapidísima de ciertos premios creí que ya la había logrado. Era bien ingenuo entonces, hoy sé que aún me queda mucho camino por andar.

Otro defecto que me reprochan es la excesiva dureza de todas mis obras. Creo que es el resultado de la rabia y el hastió que me produce tantos velos rosas y paños calientes en que veo envuelto el teatro de nuestros autores consagrados.

Sé que algún día tendré que suavizar aristas si quiero ver estrenadas mis obras. Pero por ahora, mientras aún escribo para solaz mío y de algunos amigos tan sólo, me puedo permitir el lujo de ser sincero.

Comprendo que, desgraciadamente, algún día tendré que escribir un teatro comprometido si quiero vivir. Por eso mi prisa de hacer ahora este teatro más agrio, más cruel más verdadero. Para poderme justificar ante mis propios ojos en los días de las claudicaciones. Para que entonces pueda pensar de mí mismo que fui en un tiempo capaz de escribir un teatro valiente, en el que la vida se presenta en su desnudez interior, sin el falso ropaje de los convencionalismos que hoy envuelven a nuestro teatro y terminarán envolviéndome a mí si no quiero morirme de hambre en un rincón solitario.

Y, desde luego, no quiero; mi deseo sería, claro, llegar a donde pretendo sin perder la ilusión, la sinceridad y la valentía que hoy me impulsan a cada grito. Pero sé que inevitablemente este ímpetu juvenil este anhelo de gritar verdades a los cuatro vientos morirá algún día cuando los imponderables me bloqueen. Quizá entonces sea aceptado. Pero yo quiero confesarles esto para que entonces no se dejen engañar por espejismos: Mi verdadero teatro está encerrado en esta docena y media de titulas que ustedes irán conociendo en breve. De lo que después haga ya no sé si será mío o impuesto por las circunstancias y ojalá fuera por esto último. Pues si algún día vengo a llamar mío a ese otro teatro vacío. ramplón e impotente que hoy desprecio en los demás, será que es cierto no ya que la vida nos obliga a enmascararnos, sino que esa máscara pasados los años de la Juventud desinteresados y valientes. quizá incluso demasiado valientes. pasa a ser la raíz intima de nuestra propia vida.

No se piense que lo que quiero con esto es curarme en salud respecto a lo que algún día llegara a hacer. Eso ya se verá, lo que pasa es que me asusta la idea de que tenga que velar demasiado pronto el cadáver de mi propia juventud.

Ricardo López Aranda

 

Este texto fue editado en el programa de lectura de la obra Esperando la llamada bajo el título No hay tiempo de esperar la noche, por el Teatro Español Universitario, el 19 de diciembre de 1959 en el Ateneo de Santander.