Esperando la llamada  

En esta sección damos la palabra al propio autor

Sobre la obra Esperando la llamada, al no haber sido representada, hemos decidido transcribir el texto de presentación que escribió el propio autor escribió cuando la obra hizo objeto de una segunda lectura pública en Santander en 1963.

 

Autocrítica del autor

Desde luego esta vez tengo más miedo. Y es que acabo de releer las críticas que hace dos años tuve la fortuna de obtener por mi primera obra: Hay en todos ellas tal calor, tal confianza en un muchacho al que no conocían, que he de confesarles han sido ellos, y el fervor del público después, lo que durante el largo tiempo transcurrido me ha mantenido en un tensión de trabajo agotadora, en una ansia continua de superación. Durante este tiempo he tenido ocasión de conocer hombres extraordinarios, unos en la cumbre de su carrera, injustamente olvidados otros, incomprensiblemente desconocidos aún algunos, que se han dignado hablarme casi como a un amigo de su edad sin mérito por mi parte que la confianza con que me honran. Es todo esto –más que en los libros y en los viajes– donde he aprendido lo que considero ahora lo mejor de mí mismo en su lúcida inquietud, en su temblor ante todo problema humano y, sobre todo, en el increíble magisterio de su sencillez. Aún cuando mi posible carrera de autor teatral quedara rota esta noche, me consideraría feliz por todo y esto y lo recordaría como la más bella aventura de mi vida.

            A ellos –por fortuna, ¡qué larga podría ser la lista!– nuestros hermanos mayores, nuestros padres pero tan jóvenes de espíritu que me causan envidia y dedico esta obra cuya parte anecdótica pudiera parecer afectar tan sólo a los jóvenes, y aún a un sector mínimo de éstos, pero cuya intención más profunda quiere abarcar muchas cosas más.

Atreverme a este segundo paso me ha costado mucho y me sigue costando aún, pero ya no me era posible seguir dándome largas a mí mismo, ni fingirme más disculpas que no eran más que modos de disfrazar este miedo pesado y sofocante en que me siento envuelto. Si esta noche obtuviera vuestro beneplácito quizá pronto veamos todos juntos otras ocho obras que tengo aquí “esperando la llamada”.

La de hoy, apenas dentro de unas horas, es una obra con sólo dos personajes. Aún cuando hay un teléfono, no se habla jamás por él y aún no sí si llegará a sonar siquiera esta noche ante ustedes. Un hombre y una mujer encerrados en una habitación amándose y torturándose precisamente porque se aman, al enfrentarse con un problema que no sé si habré sabido exponer pero que está ahí palpitante bajo cientos de tejados que es quizá el problema de alguno de sus hijos o bien suyo propio.

Si bien retocada ahora, la escribí a los diecinueve años. Si ustedes llegaran a encontrar en ella algo humano, algo vivo, algo verdadero, yo daré todo por bien empleado. Si no les gusta, yo les pido disculpas por el tiempo que les he hecho perder y más aún por defraudar las esperanzas que tan benévolamente habían puesto en mi trabajo y los doy las gracias de todos modos ya que el hecho de acudir esta noche a vivir esta pequeña historia emocionada es un gesto que me honra en demasía.

La obra –unidad de tiempo, lugar y acción– tiene una duración real. Sé que es larga –tres horas seguidas sin ninguna interrupción– y están ya hechos los cortes que la reducirán desde mañana a la duración habitual de dos horas, es posible que incluso con descanso. Pero esta noche he querido que se dé entera. He querido crear un clima obsesionante en el que algunas reiteraciones están voluntariamente encaminadas a crear una tensión emocional para desembocar en un final que creo les sorprenderá. A todos cuantos he leído la obra, me paraba al llegar a la última línea y les preguntaba: “¿Cómo crees que termina?” Ni uno solo dio en la clave. He llegado a reunir así hasta ocho finales posibles. Yo creo, sin embargo, que el único válido es éste que les ofrezco. ¿Ustedes reaccionarían de otro modo? Yo, personalmente, no.

Quisiera preguntar a los críticos si creen que debe ser suprimida esa hora larga de la que hablé antes e introducido un descanso. He luchado por conservarlo todo tal como hace años la escribí. Pero he perdido la batalla ante presiones que me hablan de hábitos y costumbres. Sin embargo son ustedes los que tienen la última palabra. Gracias una vez más.

Ricardo López Aranda

 

Este texto fue escrito por el autor en 1963, en ocasión de la lectura de la obra Esperando la llamada en Santander.