Fortunata y Jacinta  

Ars Poética de Fortunata y Jacinta - 1969

Hay un punto que deseo precisar para que no pueda existir ni aún la sombra de una duda sobre la licitud de mi trabajo teatral de la novela —que haya acertado, o no; que mi adaptación tenga éxito, o no, son otras cuestiones—. Me refiero a que las bases sobre las que apoyo la estructura del edificio teatral, y aún la técnica empleada por mí en su construcción, tienen sus raíces —pese a que pudiera parecer el último grito de los vigentes actualmente en los escenarios de todo el mundo— tienen sus raíces, repito, en la estructura misma de la novela. Esto ha sido posible porque Galdós, en esto como en tantas cosas, es —amén de un clásico— un innovador genial.

Hago esta aclaración, y voy a apoyar la exactitud de mi afirmación con citas extraídas del texto mismo de la novela porque quizá una lectura superficial de "Fortunata y Jacinta" podría inducir a alguien a la falsa apreciación de que esta novela sólo puede tener una trasposición teatral de índole realista, y aún naturalista.

No es así, y el mismo Galdós nos da las pistas del camino a seguir. Voy a desbrozar al curioso la búsqueda en el bosque de dos mil páginas de la novela de esos textos claves dónde Galdós pone las vigas maestras sobre las que yo he edificado la necesariamente distinta arquitectura, sin insistir sobre este "necesariamente distinta", pues no creo que nadie ponga en duda que arquitectura novelesca y estructuras dramaticoteatrales son dos cosas completamente distintas.

He aquí algunos de los textos en que Galdós impulsa al adaptador a que lo narrativo se transmite en situación; a que lo descriptivo sea recreado como síntesis dramática; y donde señala tales matices y de tal modo dispuestos que, además de servir de aglutinante para fijar la ordenación de los elementos, fuerza literalmente al adaptador a establecer los vértices dramáticos en ese punto y de esa manera, sin dejar un resquicio por donde puedan escaparse los demonios del capricho (Jacinta)... no dudaba ni tanto así del amor de su marido; pero la fe es una cosa y la curiosidad otra. (Jacinta)... quería saber sí, señor, quería enterarse... (Jacinta) quería leer de cabo a rabo ciertas paginitas de la vida de su esposo antes de casarse.

- Que me lo tienes que contar. Si no, no te dejo vivir.

(Juan... después de estrujarla y de haber mezclado el estallido de sus besos al... gritaba:

- ¿Tú quieres saber? Pues te lo voy a contar.

... (después que Juan cuenta, a Jacinta sus amores con Fortunata) los amantes sin decirse palabra, se abrazaron y estuvieron estrechamente unidos besuqueándose por espacio de un buen minuto y diciéndose al oído las palabras más tiernas.

("Fortunata y Jacinta", págs. 49, 50, 51.)

Esta evocación no está más que pidiendo, exigiendo a gritos situación y ¡qué situación! En cuanto al modo como debe insertarse, lo que sigue es de una precisión total:

- No me has dicho cómo se llamaba... tu adorado tormento, tú... hace un rato me dio por pensar en ella. Se me ocurrió de repente. ¿Sabes cómo? Vi unos refajos encarnados puestos a secar en un arbusto. Te dirás que qué tiene que ver... Es claro, nada; pero vete a saber cómo se enlazan en el pensamiento las ideas. Esta mañana me acordé de lo mismo cuando pasaban rechinando las carretillas cargadas de equipajes. Anoche me acordé ¿cuando creerás? Cuando apagaste la luz. Me pareció que la llama era una mujer que decía: "¡Ay!", y se caía muerta, ya sé. que son tonterías; pero en el cerebro pasan cosas muy particulares.

("Fortunata y Jacinta", pág. 56.)

Este extraño juego de alcoba mitad cerebral: evocación de Fortunata; mitad pasional: presencia de Jacinta; es algo más que un dato: implica una doble presencia torturante y torturada, el gran triángulo que luego será doble, comienza. Y he dicho doble porque es evidente que la evocación de Fortunata por Juan es distinta de la imaginada por Jacinta. Pero por si no estuviera suficientemente claro Galdós vuelve sobre ello.

"A medianoche... Jacinta sintió que de repente, sin saber cómo ni por qué, la picaba en el cerebro el gusanillo aquel, la idea perseguidora, la penita disfrazada de curiosidad." Juan se resistió a satisfacerla, alegando razones diversas.

- No me marees, hija... Ya te he dicho que quiero olvidar eso...

- ¿Qué te cuesta abrir la boca un segundo...? No creas que te voy a reñir, tontín.

Hablando así se quitaba el sombrero, luego el abrigo, después el cuerpo, la falda, el polisón, y lo iba poniendo todo con orden en las butacas y sillas del aposento. Estaba rendida y no veía las santas horas de dar con sus fatigadas carnes en la cama. (Juan) aparentaba buen humor; pero la curiosidad de Jacinta le desagradaba ya. Por fin, no pudiendo resistir a las monerías de su mujer, no tuvo más remedio que decidirse. Ya estaban las cabezas sobre las almohadas, cuando Santa Cruz echó perezoso de su boca estas palabras:

- Pues te lo voy a decir...

Y en cuanto a uno de los puntos dramáticos fundamentales:

- "Me gustaría parecerme a ella, ser como ella, y que se me cambiara todo mi ser natural hasta volverme tal y como ella es."

("Fortunata y Jacinta. 3.a Parte.)

Más claro, ni el agua. Pero no es esto todo; aún hay más: Galdós, amén de señalar los caminos, apunta la posibilidad de otros; y aún la probable divergencia de opiniones sobre este punto. Y así, al final ya de la novela y dentro del núcleo de la acción, inserta este párrafo apasionante, en la que un personaje, hablando de los hechos, señala no sólo su posible traslado a la novela, o al teatro, sino incluso, de los distintos urdumbres de todo punto necesarios que seria preciso introducir, mientras que otro personaje discrepa, sin que, curiosamente —caso único creo en toda la obra Galdosiana— Galdós no quiere, o no puede, señalar las razones del discrepante. Veámoslo:

"En el largo trayecto de la Cava al cementerio, que era uno de los del Sur, Segismundo contó al buen Ponce todo lo que sabia de la historia de Fortunata, que no era poco, sin omitir lo último, que era, sin duda, lo mejor; a lo que dijo el eximio sentenciador de obras literarias que había allí elementos para un drama o novela, aunque a su parecer, el tejido artístico no resultaría vistoso sino introduciendo ciertas urdimbres de todo punto necesarias para que la vulgaridad de la vida pudiese convertirse en materia estética. No toleraba él que la vida se llevase al arte tal como es, sino aderezada, sazonada con olorosas especias y después puesta al fuego hasta que cueza bien. Segismundo no participaba de tal opinión y estuvieron discutiendo sobre esto con selectas razones de una y otra parte, quedándose cada cual con sus ideas y su convicción, y resultando al fin que la fruta cruda bien madura es cosa muy buena, y que también lo son las compotas, si el repostero sabe lo que trae entre manos."

("Fortunata y Jacinta", pág. 544.)

Mi única ambición es... haber deseado ser ese repostero. Termino aquí pese a que nada me gustaría tanto como señalarles cada frase que ha dado origen a cada situación; cada pasaje que marca una evolución. Y los cómos y los por qués de ciertas eliminaciones, fusiones de personajes, síntesis de tiempos, etc.; es decir: el revés del tapiz.

Siento que esto no sea posible por razones obvias. Pero antes de despedirme de ustedes y dar paso a lo que importa —los personajes vivos sobre la escena— no puedo menos de volver hielo el clavo ardiendo al que, quizá, pretendan agarrarse algunos nostálgicos que desearían ver vivir esta noche sobre el escenario a todos absolutamente a todos los personajes que pueblan la novela. Que estén seguros de que nadie habría deseado más vehementemente que yo darles vida a todos; pero estoy seguro de que aún los más fervorosos galdosianos —entre los que pido un puesto— me lo reprocharían, pues nadie mejor que ellos para saber que si el adaptador hubiera cedido a esta tentación, no veríamos esta noche una obra de teatro, sino un desfile.

Ricardo López Aranda - 1969

Este texto fue editado en el programa de mano de la representación de la obra en el Teatro Lara de Madrid en 1969