El Cocherito Leré  

En esta sección damos la palabra al propio autor

A continuación transcribimos el texto editado en el programa de mano de la obra. No es una antecrítica, sino una presentación de la obra, una reflexión sobre el teatro infantil, que sigue de actualidad. Ricardo López Aranda se dirige directamente al espectador que va a ver su obra en los minutos que siguen la lectura del mismo. Esto no es posible en Internet, pero les invitamos a leer la obra cuyo texto está disponible.

 

El autor os invita a ver la obra

Prólogo para los padres

Este espectáculo está pensado, escrito y montado para vuestros hijos, no para vosotros, y sin embargo creo que os gustará tanto como a ellos. La razón es clara; está escrito desde nuestra —la vuestra y la mía— infancia.

Desde luego, nuestra infancia fue distinta que la de nuestros hijos: las ciudades eran más pequeñas, se podía bajar a la calle a jugar con los otros niños; lo fantástico estaba más cercano: marionetas, canciones de corro, teatros de cartón y tantas y tantas cosas; nuestros padres tenían más tiempo para dedicarnos y, aunque había menos parques infantiles, había más «sitios para jugar».

¿Dónde pueden hoy reunirse los niños?... En el Colegio o, en ocasiones excepcionales como hoy aquí, en el Teatro; el resto del tiempo viven solos, encerrados en preciosas jaulas de cemento —ese piso doce o veinticinco— con televisión y aire acondicionado.

Se están perdiendo las canciones, se están perdiendo los romances, se están perdiendo los sueños; los héroes que poblaron nuestra infancia. —nuestras historias legendarias— han cedido su puesto a otra mitología que no es nuestra: los vaqueros, los gangsters, el F. B. I.... Las brujas -el Mal- han dado paso a extraños seres habitantes de imaginarios países, aunque, desde luego, con facciones inequívocamente asiáticas, mientras el príncipe libertador -el Bien de la princesa- lleva uniforme de «marine» americano.

En fin, que estamos en una época de universales lavados de cerebro, que incluso quiere alcanzar a los niños; todo esto está matando la fantasía; todo esto, y la consideración de la infancia, también como mercado.

¿Ejemplo? Los juguetes. Para nosotros, varios cubos de cartón, unos detrás de otros, eran un tren; hoy, para que sean aceptables como tales, deben ser verdaderos trenes eléctricos en miniatura y a ser posible conducidos por cerebros electrónicos.

Para jugar a las casas nuestras hermanitas, les bastaba con decir: «Yo estoy aquí, en mi casa, y tu estás en tu tienda; entonces yo entro y te digo: "Quiero dos pesetas de perejil", y tú me lo das.» Y abrían imaginarías puertas y fingían el sonido de inexistentes campanillas.

Hoy, nuestros hijos cogen el teléfono de juguete y dicen: «Envíame una bomba de gas». Y efectivamente, un diminuto camión con diminutas bombas de gas se acerca por la pista alfombrada del pasillo de la jaula, conducido a distancia por nuestro hijo menor.

Estamos fabricando para nuestros hijos un mundo infantil a nuestra imagen y semejanza.

¿Por qué no dejarles que sigan siendo niños? Ya tendrán tiempo de abrir esta caja de Pandora de la civilización electrónica que informa nuestro mundo; me aterra pensar cómo será el suyo.

Este espectáculo es un intento de resucitar los mundos fantásticos de antaño: los nuestros, los de nuestros padres, los de nuestros abuelos.

Que nuestros hijos comparen y elijan.

En cuanto a nosotros, recobraremos siquiera por dos horas los niños que fuimos: quizá su recuerdo nos ayude a ser mejores.

Ricardo López Aranda

 

 

 

Este texto fue editado en el programa de mano de la representación de la obra en el Teatro María Guerrero en 1966.